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26 de Abril, 2009 · General

CUERPO HUMANO II PARTE

Luego de la fisiología hace falta apelar a la anatomía, para comprobar la base positiva que los ocultistas se esfuerzan en otorgar a sus afirmaciones teóricas sobre la constitución del hombre. El cuerpo humano nos presenta tres grandes centros: el vientre, el pecho y la cabeza, a cada uno de los cuales se asigna un número par de miembros. En el vientre se asientan  y  nacen  los  miembros  abdominales  (muslos,  piernas,  pies);  en  el   pecho, los miembros torácicos (brazos, antebrazos, manos); en la cabeza, los miembros cefálicos (maxilar inferior).

Cada uno de estos centros tiene una función fisiológica bien definida: el vientre transforma el alimento proveniente del exterior en humana substancia (quilo), el pecho transforma el quilo en sangre y la cabeza extrae de la sangre la fuerza nerviosa que mueve toda la maquinaria humana. Es más, cada uno de los tres centros se representa a su vez en los otros dos. Así, el vientre extiende sus vasos quilíferos y linfáticos a todo el organismo, el  pecho distribuye la sangre, dinamizada por la respiración hacia los otros centros, y la cabeza pone en movimiento por su gobierno a todos los órganos, sin excepción.

Lo más curioso e interesante para nuestro análisis es que todo el trabajo orgánico de las fábricas abdominal, torácica y cefálica se produce absolutamente fuera de la intervención de la conciencia y de la voluntad del ser humano. Es el hombre-animal quien labora, y el hombre-espíritu cumple funciones y posee órganos bien distintos a los precedentes.

El hombre-animal es accionado por un sistema nervioso especial, el de la vida vegetativa u orgánica, constituido casi exclusivamente por el gran simpático, sus plexos y dependencias. Él hace latir nuestro corazón, contrae y dilata todas nuestras arterias y nuestras venas, hace marchar el hígado, el estómago, los intestinos, los pulmones, sin preocuparse de si el hombre-espíritu se encuentra despierto o dormido, puesto que todos estos órganos funcionan igualmente durante nuestro sueño que en la vigilia. También repara las células usadas y las reemplaza; asimila, mediante células embrionarias y glóbulos blancos, los microbios de procedencia externa; cura las heridas superficiales de la piel, y se ocupa finalmente de todo el oficio doméstico en el organismo. El hombre-espíritu nada tiene que ver con todo ello. ¿Quién dirige entonces todo este sistema nervioso especial?

Un sistema orgánico, como hemos visto, no es sino el soporte de alguna cosa: los órganos llevan a cabo la función, pero no la crean, puesto que sus células mueren a medida que van cumpliendo cada función.

Este principio que dirige todo el trabajo del cuerpo físico ha recibido diferentes nombres a través del tiempo, puesto que se le conoce desde la antigüedad más remota. Los egipcios le llamaban el cuerpo luminoso (Khá); los pitagóricos, el carro del alma; los latinos, el principio animador (Anima), como San Pablo; los filósofos hermetistas le otorgan el nombre de mediador plástico y de Mercurio universal; Paracelso y su escuela, al igual que los discípulos de L. C. de Saint Martin, el Filósofo desconocido, le han denominado cuerpo astral, puesto que toma su principio de la sustancia interplanetaria o astral.

Cualquiera que sea el nombre que se le dé, es importante comprender lo que este principio incluye en nuestro ser; a saber, sus órganos, su sistema nervioso y sus funciones; y como su existencia es tan cierta para el ocultista como para el fisiólogo, nosotros lo llamaremos cuerpo astral. Es el obrero oculto del ser humano, el motor, el caballo que da impulso al organismo, donde el cuerpo físico es el vehículo y la mente consciente el conductor. El caballo es más fuerte que el cochero, y él tira del carro; sin embargo, es el conductor" menos fuerte pero más inteligente, quien dirige el caballo y, por tanto, el vehículo.

De igual forma, en el ser humano el hombre-animal es más fuerte que el espíritu, y es el que mueve la máquina humana; sin embargo, es el hombre-espíritu, menos fuerte pero más inteligente, quien dirige en la vida exterior al hombre-animal y, por tanto, la maquinaria humana total.

 

Para comprender mejor esto, retomemos el estudio del cuerpo físico. Como ya hemos visto, el cuerpo tiene tres centros: el vientre, el pecho y la cabeza. Pero por cabeza entendemos el cráneo y su contenido; es decir, toda la parte horizontal de los centros superiores. Delante del cráneo, y en posición vertical, se colocan una serie de órganos que forman el rostro. Estos órganos tienen la peculiaridad de que su funcionamiento en general se limita a nuestra  vida de vigilia; o sea, cuando el hombre-espíritu acciona sobre lo externo (lo que los filósofos llaman el no-yo).

 

Desde el momento en que nos adormecemos, vemos cómo los ojos y la boca se cierran, el oído cesa su función, el olfato se detiene, y sólo la respiración viene a mover levemente la nariz. Los órganos del rostro pertenecen al hombre-espíritu y no al hombre- animal, y cada uno de ellos tiene como función establecer un control sobre cada uno de los centros del hombre-animal. Así la boca (que ostenta una abertura única, dado que el estómago es simple y no doble), es la puerta de entrada al vientre, y como un portero fiel, al poner en marcha el sentido del gusto tiene el encargo de no dejar entrar sino aquellas cosas que complacen al hombre-espíritu. De igual modo, todo lo que ocurra en el vientre repercutirá sobre la boca y sus anexos (lengua cargada de los distintos humores gástricos, o bien seca y tostada a causa de inflamaciones intestinales, labios que pierden su color por la peritonitis, etc.).

La nariz posee dos aberturas, dado que los órganos pulmonares son dobles; son la puerta de entrada del pecho, y aquí también nos topamos con el fiel guardián que es el olfato, encargado de avisar al hombre-espíritu de los ambientes donde la respiración puede resultar peligrosa para el organismo. Todo lo que ocurre en el pecho revierte sobre la nariz o sus anexos (la faz tirante del cardíaco, los pómulos enrojecidos por la neumonía, etc.). Las orejas son la puerta de entrada del sistema nervioso cefálico y los ojos se relacionan directamente con el hombre-espíritu. Por reversión, la congestión y la anemia cerebral se observan en su forma externa en las orejas, en tanto que la locura y los problemas psíquicos se reflejan en la pupila y en la mirada.

El hombre-espíritu es, en definitiva, el conductor del organismo: mediante la boca y el gusto, preside la elección de los alimentos que van a ser transformados en el vientre y van a mantener la vida humana. Por el olfato, preside la elección de los ambientes respirables, y mediante el nervio neumogástrico, el ritmo respiratorio y, por extensión, la distribución de la vida, el calor y la energía en todo el organismo. Finalmente, a través del ojo y la mirada gobierna la percepción de las sensaciones externas ya filtradas por el tacto, que van a alimentar sus facultades más elevadas.

Concluiremos este estudio del cuerpo afirmando que el vientre es el cuartel general del cuerpo físico; el pecho, el cuartel general del cuerpo astral, y la cabeza, en fin, sirve de centro, por   un   lado, a  la  parte  intelectual  del  cuerpo astral, que aquí llamaremos el ser psíquico, y por otro, al mismo hombre-espíritu.

Vemos como los múltiples aspectos bajo los cuales se nos presenta el cuerpo astral entran en concordancia, y bajo distintas ópticas, como las del filósofo, el fisiología o el anatomista. La psicología del ocultismo tiende a permanecer dentro del método que se emplea como general, y así observaremos un empleo frecuente de la analogía. 

Este particular estudio del cuerpo astral nos remite a la constitución genérica del ser humano en tres principios y al análisis detallado de éstos, que hasta aquí hemos dejado de lado. Nos proponemos ahora completar la adaptación de las teorías ocultistas a la psicología.

Platón llegó a asombrar a los filósofos al proclamar que el hombre tiene tres almas. Ahora bien, si cada uno de los principios está representado en todos los demás (puesto que la naturaleza nunca separa sus creaciones como trozos aislados), se deduce que no hay razón para que, en el hombre, cada centro no posea su manifestación intelectual, su irradiación espiritual más o menos luminosa, del mismo modo que poseemos sustancias vitales: el quilo, la sangre y la fuerza nerviosa.

La anatomía ya nos indica este hecho al mostramos cómo la médula espinal se dilata al nivel de los tres grandes centros, con una posibilidad dilatoria mayor en la reproducción. Pero cuando esto se nos muestra con mayor claridad es al observar cómo el gran simpático, que constituye el verdadero soporte físico del cuerpo astral, presenta también tres grandes plexos: uno cervical, para el centro cefálico; otro cardíaco, para el pecho, y finalmente uno abdominal (o solar), para el vientre, con un anexo para los órganos reproductores.

Si dejamos el terreno físico para dirigimos a las observaciones, no de los filósofos sino del común de la gente, constataremos que durante una fuerte aflicción o una gran alegría, o cuando una noticia inesperada nos llega, no es en la cabeza, sino más bien en el pecho, a la altura del corazón, donde parece que recibimos un golpe, por decirlo en lenguaje vulgar. He aquí la reacción común provocada por la inteligencia de este centro.

Cuando a pesar del coraje aportado por el espíritu se produce una reacción física, en el momento de una prueba o en el campo de batalla, no es en la cabeza sino en el centro abdominal donde dicha sensación se percibe, con las consecuencias bien familiares a los pobres soldados. Es preciso, pues, una vez más, atacar las argucias de los filósofos.

Nos vemos así obligados a dar la razón a Platón en su transcripción de la enseñanza secreta de los templos egipcios en cuanto afirma que el cuerpo tiene tres centros, informados por tres principios, y que existen tres géneros de manifestación intelectual de estos tres principios.

Así, el centro físico se manifiesta en el instinto, con la sensación como mecanismo de reacción y el placer o el dolor como resultantes del movimiento que se produce. El centro astral se manifiesta en la intuición, con el sentimiento como mecanismo de reacción y el amor o el odio como resultantes de la emoción obtenida. El centro psíquico se manifiesta en la idea, con la inteligencia como mecanismo de reacción y la verdad o el error como resultantes del proceso efectuado.

El mundo de los instintos, como el de las pasiones, como el de los procesos intelectuales, se simbolizan el primero por el vino, el segundo por la mujer, el tercero por el juego, y la voluntad debe estar en capacidad de detener sus impulsos. Para ello será preciso habituar los órganos que sirven a la mente a sus funciones de reguladores y jefes, procurando no dejar que se adormezcan y caer en la inacción. De ahí la magia de que hablaremos más tarde.

No podríamos dejar el tema de la psicología sin una referencia a las doctrinas ocultistas sobre el principio femenino en los diversos planos y, sobre todo, en el humano. Lo, femenino, para el ocultista, es el complemento necesario de todo principio activo. La mujer no es superior ni inferior al hombre, sino complementaria, tanto psicológica como anatómicamente. La mujer representa la materialización, en la humanidad, de la facultad plástica universal, simbolizada por la paloma. Ella desarrolla y perfecciona las formas que el hombre crea. Es por esto que debe procurar el progreso de sus facultades anímicas, al tiempo que el hombre lo hace con sus facultades intelectuales. Buscar una demostración de que la mujer es inferior o superior al hombre sería como pretender afirmar que el polo cinc es superior por ser activo al polo carbón, que permanece pasivo en una pila. Ambos son necesarios para producir la corriente, y si se apartan de su papel específico la corriente no se produce. Esta doble polaridad no sólo se manifiesta en los sexos, sino también en cada individuo. El corazón es siempre complementario del cerebro y, por consiguiente, es positivo en la mujer y negativo en el hombre, y por analogía, es preciso ubicar los sentimientos y las facultades anímicas, que los ocultistas asignan al plexo cardiaco en este punto de origen, mientras que el cerebro cumple aquí una función de centro repetidor de tales sentimientos.

 

Papus: (Gerard Encausse, 1865-1916). Ocultista nacido en la Coruña, España, pero que vivió en Francia y llegó a polarizar en su momento toda la actividad esotérica de París. Doctor en medicina y cirujano, reorganizó la Orden Martinista y dirigió la Orde Kabalistique de la Roxe+Crois, actuando también en la Masonería.

 

 

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publicado por california a las 17:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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