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26 de Abril, 2009 · General

HIRAM ABIFF

(Tomada de El Libro de los Esplendores de Eliphas Levi)

 

Salomón, el más sabio de todos los reyes de su tiempo, deseando construir un templo al Eterno, hizo reunirse en Jerusalén a todos los obreros que convenían para levantar este edificio. Hizo publicar un edicto en todo su reino que se propagó por toda la tierra: que todo el que quisiera venir a Jerusalén para trabajar en la  construcción del templo sería recibido y bien recompensado, a condición de que fuese virtuoso, lleno de celo y de valor y que no estuviese sujeto a ningún vicio. Pronto Jerusalén se encontró llena de una multitud de hombres conocedores de las altas virtudes de Salomón, habiéndose asegurado un gran número de obreros, hizo tratados con todos los reyes vecinos, en particular con el rey de Tiro para poder escoger en el Monte Líbano todos los cedros y las maderas que le conviniesen, así como otros materiales. Las obras habían comenzado ya cuando Salomón se acordó de Hiram, el hombre más sabio de su tiempo en arquitectura, sabio y virtuoso, a quien el rey de Tiro amaba mucho por sus grandes cualidades. Se dio cuenta también de que una cantidad tan grande de obreros no podía dirigirse sin mucha dificultad y confusión; además las obras comenzaron a retrasarse mucho a causa de las discusiones que reinaban entre ellos; Salomón resolvió por lo tanto darles un jefe digno de mantenerlos en orden, y eligió a este Hiram, tirio de nacionalidad; envió expresamente diputados cargados de presentes al rey de Tiro, para pedirle le enviase a este famoso arquitecto llamado Hiram. El rey de Tiro, encantado de la alta idea que Salomón tenía de él, le dispensó el favor, enviándole a Hiram y a sus diputados a quienes colmó de riquezas y de amistad para Salomón, y le mandó decir que, por encima del tratado que habían hecho juntos, convenía con él una alianza para siempre, y que podía disponer de todo lo que pudiese serle útil en su reino. Los diputados llegaron a Jerusalén, acompañados de Hiram el 15 de julio... uno de los hermosos días del verano. Entraron en el palacio de Salomón. Hiram fue recibido con toda la pompa y la magnificencia que merecían sus grandes cualidades. El mismo día. Salomón dio una fiesta entre todos los obreros en honor de su llegada.

El día siguiente, Salomón hizo convocar la cámara del consejo para determinar los asuntos de importancia; Hiram entró y recibió muchos favores; Salomón le dijo en presencia de aquellos que asistieron: "Hiram, os he elegido como jefe y gran arquitecto del templo, lo mismo que de los obreros. Os doy todo poder sobre ellos sin que sea necesario otro parecer que  el  vuestro; así  pues, os  miro  como  mi  amigo a quien confiaría el más grande de mis secretos". Seguidamente salieron de la cámara del consejo y fueron a los trabajos, entre todos los obreros, donde el propio Salom6n dijo en  alta e inteligible voz mostrando a Hiram: "Aquí tenéis al que he elegido como jefe vuestro y para que os guíe; le obedeceréis como a mí mismo, le he otorgado todo poder sobre vosotros y sobre las obras, bajo pena, para aquellos que llegasen a mostrarse rebeldes a mis órdenes y a las suyas, de ser castigados del modo que él juzgue oportuno." A continuación hicieron una visita a los trabajos; todo fue puesto en manos de Hiram, que prometió a Salomón llevar todo con buen orden.

El día siguiente, Hiram hizo reunirse a todos los obreros, y les dijo: "Amigos míos, el Rey, nuestro señor, me ha encargado el cuidado de manteneros y de supervisar todos los trabajos del templo. No dudo de que todos vosotros estaréis llenos de celo para ejecutar sus órdenes y las mías. Entre vosotros hay quienes merecen salarios distinguidos; cada uno podría conseguirlo mediante las pruebas que habrá de dar en el futuro de su trabajo. Para vuestro descanso y para distinguir vuestro celo voy a formar tres clases de todo lo que sois como obreros: la primera estará compuesta de los aprendices, la segunda será la de los oficiales, y la tercera la de los maestros.

"La primera será pagada como tal, y recibirá su salario a la puerta del templo, en la columna J. La segunda, también a la puerta del templo, en la columna B. Y la tercera en el santuario del templo."    

Las remuneraciones se encontraban aumentadas según los grados, cada uno de ellos se sentía dichoso de estar bajo el mando de un jefe tan digno. La paz, la amistad y la concordia reinaban entre ellos; el respetable Hiram deseando que todas las cosas estuviesen en orden, y no queriendo ninguna confusión entre los obreros, aplicó a cada uno de los grados signos, palabras y toques para reconocerse, con prohibición a todos de confiárselos sin permiso expreso del rey Salomón y de su jefe; así solamente recibían su salario según su signo, de modo que los maestros eran pagados como maestros, lo mismo que los oficiales y los aprendices. Según una norma tan perfecta, cada uno reinaba en paz, y las obras seguían adelante conforme a los deseos de Salomón.

Pero un orden tan hermoso ¿había de mantenerse mucho tiempo sin trastorno y sin revolución? No. En efecto, tres oficiales, impulsados por la avaricia y la envidia de recibir la paga de maestros, decidieron llegar a conocer la palabra; y como no podían obtenerla más que del respetable maestro Hiram, formaron el designio de arrancársela de buena voluntad o por la fuerza. Como el respetable Hiram iba todos los días al santuario del templo, para hacer su plegaria al Eterno, hacia las cinco de la tarde, se pusieron de acuerdo para esperarle cuando saliera de allí y preguntarle la palabra de los maestros, mas como había tres puertas en el templo, una al  oriente, otra al occidente y la tercera al mediodía, se repartieron estas tres puertas, uno armado de una regla, otro de una palanca y el otro de un mazo; así es como le esperaban. Hiram, habiendo terminado su plegaria, quiso salir por la puerta del mediodía, donde se encontró con uno de los traidores, armado de una regla, que le detuvo pidiéndole la palabra de maestro. Hiram sorprendido le dio a entender que de ninguna manera la obtendría así y que moría antes de dársela. El traidor, irritado por su negativa, le golpeó con la regla. Hiram sintiéndose golpeado, aturdido por el golpe, se retiró y  fue  a  salir  por  la  puerta  del occidente donde encontró al segundo traidor que le hizo la misma pregunta que el primero. Hiram siguió negándose, lo que exasperó al traidor que le dio un golpe con la palanca, el cual hizo tambalearse a Hiram, que se retiró hacia la puerta del oriente, creyéndose seguro de poder salir; pero el tercer traidor que le esperaba le detuvo y le hizo la misma petición que los precedentes. Hiram le dijo que prefería antes la muerte que declarar un secreto a alguien que aún no lo merecía. Este traidor, indignado por su negativa, le dio un mazazo tan grande que le dejó muerto. Como todavía era de día, los traidores tomaron el cuerpo de Hiram y lo escondieron en un montón de escombros al norte del templo, esperando la noche para trasladarlo más lejos. En efecto, cuando se hizo de noche le trasportaron fuera de la ciudad, a una alta montaña, donde le enterraron, y por si decidían llevarlo aún más lejos, plantaron en la fosa una rama de acacia para reconocer el lugar, y regresaron los tres a Jerusalén.

El respetable Hiram iba todos los días, cuando Salomón se levantaba, a darle cuenta de las obras y a recibir sus órdenes. Salomón, al no ver de ninguna manera a Hiram el día siguiente, le hizo llamar por medio de uno de sus oficiales que le informó de que le había buscado por todas partes, y que nadie le había podido encontrar. Esta respuesta afligió a Salomón, que quiso ir a buscarle él mismo al templo y ordenó hacer investigaciones rigurosas por toda la ciudad. El tercer día, Salomón al salir de hacer su plegaria en el santuario del templo, lo hizo por la puerta del oriente. Quedó sorprendido al ver huellas de sangre: las siguió hasta la pila de escombros al norte; hizo que se registrase y no vio nada, sino que habían sido recientemente removidos. Tembló de horror, y anunció que Hiram había sido asesinado. Volvió a entrar en el santuario del templo, para llorar allí la pérdida de tan gran hombre; a continuación entró en el atrio del templo, donde hizo que se reunieran todos los maestros y les dijo; "Hermanos míos, la pérdida de vuestro jefe es cierta". A estas palabras, cada uno de ellos cayó en un profundo dolor, lo que provocó un silencio tan largo, que Salomón interrumpió diciendo que era preciso que nueve de ellos se resolviesen a partir para buscar el cuerpo de Hiram, y volver a traerlo al templo. Apenas había terminado de hablar Salomón, cuando todos los maestros quisieron partir, incluso los más ancianos sin atender a la dificultad de los caminos. Salomón, viendo su interés, les dijo que no partirían más que nueve, que serían elegidos por la voz del escrutinio. Los designados para esta búsqueda se sintieron tan trasportados de alegría que desafiaron a su calzado a que fuese más ágil, y se pusieron en camino. Tres tomaron la ruta del mediodía, tres la de occidente y tres la del oriente, y se  prometieron reunirse en el norte el noveno día de su marcha. Uno de ellos, encontrándose abrumado de fatiga, quiso descansar, y queriendo sentarse en tierra, tomó una rama de acacia que se hallaba junto a él, para ayudarse; pero esta rama, que había sido plantada ex profeso, le quedó en la mano, lo que le sorprendió; y viendo un espacio bastante grande de tierra removida recientemente, auguró que Hiram podía estar en aquel lugar.

Recobró nuevas fuerzas; animado de coraje, fue a reunirse con los otros maestros que se encontraron con los nueve como se habían prometido. Les condujo al lugar de donde acababa de salir, les dijo lo que sabía, y animados todos por un mismo celo, se pusieron a escarbar esta tierra. En efecto, el cuerpo del respetable Hiram estaba allí enterrado, y cuando lo descubrieron, quedaron embargados por el horror, retrocediendo y estremeciéndose. A continuación el dolor se apoderó de su corazón, y estuvieron largo tiempo en éxtasis; pero recobraron el valor; uno de ellos entró en la fosa, tomó a Hiram por el   índice   de  la  mano   derecha,  queriendo  levantarle. Hiram,  cuya    carne  estaba  ya corrompida, se abandonaba y olía mal, lo que le hizo retroceder diciendo: " Iclingue”, lo que quiere decir "hiede". Otro le tomó por el dedo que viene a continuación del índice: le ocurrió lo mismo que al primero, y se retiró diciendo "Jakin ". (Se responde Boaz). Los maestros se consultaron. Como ignoraban que Hiram al morir había conservado el secreto de los maestros, decidieron cambiarlo, y que la primera palabra que profiriesen al sacar el cuerpo de la fosa serviría de contraseña en el futuro. A continuación, el más anciano de ellos entró en la fosa agarró al respetable Hiram por encima de la muñeca de la mano derecha, pegó su pecho contra el suyo, su rodilla y su pie derecho pegados juntos, la mano izquierda detrás de la espalda por encima del hombro derecho, y sacó de esta manera a Hiram de la fosa. Su cuerpo hizo un ruido sordo que les espantó, pero el maestro siempre firme gritó: "Mac-Benack" que quiere decir: "la carne deja los huesos". A continuación se repitieron la palabra los unos a los otros abrazándose, tomaron el cuerpo del respetable Hiram, y lo llevaron a Jerusalén. Entraron allí en medio de la noche, por un gran claro de luna, entraron en el templo donde depositaron el cuerpo de Hiram. Salomón, informado de la llegada, vino al templo acompañado de todos los maestros, todos en guantes blancos y en delantal, donde rindieron los últimos honores al respetable Hiram;  Salomón lo hizo inhumar en el santuario, y mandó poner sobre su tumba una lámina de oro, en forma triangular, donde estaba grabado en hebreo el nombre del Eterno; a continuación recompensó a los maestros con un compás de oro que llevaban en el ojal de su traje, atado con una cinta azul; y se comunicaron las nuevas palabras, signos y toques. Se hacen las mismas ceremonias sacando al candidato del ataúd, en su recepción. La palabra que sirve de santo y seña es Gibline, el nombre del lugarejo en cuyos alrededores estaba enterrado el cuerpo de Hiram.

 

CONTINUARÁ.

Eliphas Levi (1810-1875). Ocultista francés, su nombre era Alphonse Louis Constant. Inicia la carrera eclesiástica pero no llega a ordenarse sacerdote. Consiguió conciliar sus teorías mágicas con la fe católica. La obra que le dio fama fue “Dogma y Ritual de Alta Magia”, con la cual logra revivir el interés por el ocultismo. Se le considera el mago más destacado de su generación.

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publicado por california a las 16:59 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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